domingo, 14 de febrero de 2016

Sentirse pirata por un día

Sentirse pirata por un día


El mar, amigos, la botella de ron y ganas de pasarlo bien. Estos fueron los ingredientes necesarios para un fin de semana inolvidable navegando en velero por el Mar Menor y la costa de Levante. Podría parecer un plan disparatado o solo al alcance de excéntricos ricachones; nada más lejos de la realidad, es una actividad mucho más asequible de lo que se podría imaginar.




Sobre las 18:00 h. nos reunimos en el puerto Tomás Maestre de La Manga. La tripulación la conformábamos diez colegas (profanos todos en esto de la navegación) y nuestro capitán, David, encargado de guiarnos y responsable de nuestra integridad. Tras cargar los petates y las provisiones de cerveza, inspeccionamos la nave. Se trataba de un precioso velero de 15 metros, modelo Bavaria 49, recubierto en su exterior por madera de teka, totalmente equipado y con unas amplias y cómodas estancias. El capitán nos reunió a todos en la bañera y nos dio una breve charla explicativa de las normas y algunas nociones básicas de navegación y lenguaje marítimo. Sin más dilación, a las 19:00, con el sol bajo el horizonte, zarpamos rumbo a la isla Perdiguera.

Hacía una noche apacible, con una temperatura agradable, atípica para un mes de enero. Una leve brisa nos permitió poder navegar a vela. Es una sensación indescriptible. Sobre las 22:00, bajo un estrellado cielo, anclamos en el lugar donde íbamos a pasar la noche. A escasos metros se intuían las siluetas oscuras de varias pequeñas islas inhabitadas. Se trataba de la isla Perdiguera, en el corazón del Mar Menor. El hambre empezaba a apretar y nos dispusimos a cenar. Unos sandwiches, algo de companage, una tortilla de patatas...
Allí estábamos, en un lugar privilegiado, de tertulia, bebiendo, cantando... Javi, el más bohemio del grupo, se arrancó:

Con diez cañones por banda
viento en popa a toda vela (…)
Que es mi barco, mi tesoro.
Que es mi Dios, la Libertad.
Mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria La Mar”

Sobre las 2:00 nos fuimos a dormir con una sonrisa de oreja a oreja; con la satisfacción del que sabe que está haciendo algo único y con los nervios típicos de un niño que se va de viaje al día siguiente...

A las 7:30, los más madrugadores salimos a contemplar el amanecer. La resaca se nos fue de golpe al contemplar el idílico lugar.




Tras un contundente desayuno y sin perder un minuto, pusimos rumbo a puerto. Objetivo: salir a mar abierto aprovechando la apertura del puente levadizo a las 10:00. Puntuales salimos al Mediterráneo. Izamos la bandera negra, desplegamos la vela, música a todo trapo, el viento en la cara, ron... Éramos auténticos piratas. Subimos a nuestra vigía Ana, a lo alto del palo mayor, a la cofa, para intentar divisar a la Ballena Blanca y de paso echar algunas fotillos desde una perspectiva increíble. Nuestro capitán, con atuendo de pirata incluido, trató de enseñarnos algunas maniobras. Digo trató porque enseguida se dio cuenta de la panda de mercenarios y prófugos que tenía por tripulación y prefirió centrarse en evitar un motín a bordo.




A media mañana llegamos a Cabo de Palos. Fondeamos en un playita muy cerca del faro. 22 grados, cielo despejado y ni gota de viento. Ropa fuera y al agua -les recuerdo que era día 31 de enero! -





Bien sabido es el voraz apetito que tienen los piratas, y vistas las escasas provisiones de las que disponía la bodega, la tripulación decidió bajar a tierra firme en busca de alguna posada capaz de calmar a sus rugientes estómagos. Comensales que abarrotaban las terrazas de los restaurantes del paseo del puerto de Cabo de Palos, observaron atónitos la triunfal llegada de nuestro temido barco, con la bandera de la calavera ondeando en lo alto y la música retumbando en los altavoces... Tras la comida, tocaba poner de nuevo rumbo a puerto. David demostró su pericia al timón en una magistral maniobra para salir del estrecho muelle en el que habíamos atracado.







Adormecido por el copioso banquete me tumbé en proa. Las velas se desplegaron sobre mi cabeza. El viento era suave pero favorable. Javi, Diego y el capitán vinieron a mi compañía y comenzamos una agradable charla. Era inevitable comenzar a planear la próxima travesía...El sol comenzaba a caer a babor y el cielo se teñía de colores rosaceos y anaranjados. No había ninguna prisa por llegar...






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